miércoles, 30 de enero de 2013

El Conflicto entre Israel y Palestina: Una perspectiva histórica


El Conflicto entre Israel y Palestina: Una perspectiva histórica

El conflicto árabe-israelí es aquel entre el Estado de Israel y sus vecinos árabes, en particular los palestinos. Su definición, historia y posibles soluciones son materia de permanente debate en la que ambos estado no logran ponerse de acuerdo. Al día de hoy, las principales cuestiones, son la soberanía de la Franja de Gaza y Cisjordania, la eventual formación de un Estado palestino en dichas áreas, el estatus de la parte oriental de Jerusalén, de los Altos del Golán y de las Granjas de Shebaa, el reconocimiento de Israel y Palestina y de su derecho a existir y vivir en paz al abrigo de amenazas y actos de fuerza, así como la relación de Israel. Con Siria y el Líbano. Actualmente Israel tiene tratados de paz vigentes con Egipto y Jordania que garantizan su convivencia pacífica… 
El 27 de Octubre de 1994, en un discurso pronunciado en la Knésset o Parlamento israelí, el entonces presidente de EUA, Bill Clinton, citó las siguientes palabras que un pastor le dirigió a él antes de llegar a la presidencia: “Si tu abandonas a Israel, Dios nunca te lo perdonará… Es la voluntad de Dios que Israel, el hogar bíblico del pueblo de Israel, continúe por siempre y siempre”.
Y luego concluyó su discurso con estas palabras: “Hasta que alcancemos una paz comprensiva en el Medio Oriente y después de que esa paz comprensiva sea alcanzada…, sepan esto: Vuestra travesía es nuestra travesía, y América permanecerá a vuestro lado hoy y siempre”. Independientemente del propósito político que pueda haber detrás de estas palabras, hay tres aseveraciones aquí que no podemos pasar por alto: En primer lugar, según el presidente Clinton, si EUA abandona a Israel estaría cometiendo un pecado contra Dios; en segundo lugar, según él, Israel posee un derecho divino sobre la tierra de Palestina; y en tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, EUA está comprometido con prestar una ayuda incondicional a la nación de Israel. Ahora bien, a la luz de las enseñanzas de las Escrituras, ¿cuál es el lugar que ocupa la nación de Israel actualmente dentro del plan redentor de Dios? ¿Se cumplió alguna profecía bíblica en mayo de 1948, cuando David Ben Gurión proclamó el nacimiento del Estado de Israel en las Naciones Unidas?  Estas son algunas de las preguntas que quiero responder en estos artículos, ahora que Palestina fue reconocida en la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) como “Estado Observador" no miembro” de la organización, el 29 de Noviembre pasado.
Para comprender el drama que hoy se vive en Medio Oriente debido al conflicto árabe – israelí, debemos retroceder en el tiempo.  Desde el siglo I d. C. los judíos han vivido en el exilio, si bien ha habido una constante presencia de judíos en la Tierra de Israel. Pero tras la rebelión de Bar  Kojba (132–135), los judíos fueron expulsados de la Tierra de Israel para formar la Diáspora judía. Ya a mediados del siglo II d.C. cuando los judíos fueron expulsados definitivamente de la tierra de Israel por el Imperio Romano. Unas 6 décadas después de que el templo de Jerusalén fuera destruido por Tito, en el año 70 d.C., el emperador Adriano se propuso reconstruir Jerusalén como una ciudad griega. Esto fue considerado por los judíos como una profanación de sus lugares sagrados, lo que provocó un violento levantamiento en el 132 d.C. que duró unos dos años y medio, liderados por Bar Kochba.
Aunque el ejército romano sufrió muchas bajas en esta revuelta, finalmente logró someter a los judíos, cuyos sobrevivientes fueron expulsados definitivamente de Jerusalén o vendidos como esclavos. Entonces la ciudad de Jerusalén fue reconstruida como una ciudad griega y rebautizada con el nombre de Aelia Capitolina. Mientras que a la provincia de Judea se le comienza a llamar “Palestina” o tierra de los filisteos, en un intento de borrar completamente la memoria del pueblo de Israel en conexión con ese territorio.
Unos años más tarde, en el 637 d. C., los musulmanes conquistan las localidades situadas en la franja costera y se inicia una época en que Palestina cambió de manos varias veces, incluyendo el dominio de los famosos cruzados; hasta que en el 1291 vuelve a pasar a mano de los musulmanes en tiempos de Saladino. Los sultanes turcos, herederos del Califa, extendieron su dominio al territorio Palestino en 1516, viniendo así a formar parte del Imperio Otomano hasta la primera Guerra Mundial. De manera que, durante 400 años Palestina, estuvo en manos de los turcos.
En el ínterin, los judíos que fueron desterrados establecieron comunidades en los cinco Continentes, sufriendo mal trato en muchas ocasiones, en mayor o en menor grado. Para finales del siglo XIX se levantó un fuerte antisemitismo, tanto en Europa Central como en Europa Occidental, lo que fortaleció la identidad judía y la convicción de que la única solución factible para ellos era radicarse en un estado judío independiente.
Así nace el sionismo, un movimiento político organizado, de corte secular (no religioso) y nacionalista, que impulsa el retorno de los judíos a la tierra de Palestina, en un momento en que el Imperio Otomano se encuentra muy debilitado. En 1882 comienzan las oleadas de inmigrantes a regresar a Palestina, de manera que para 1914 había unos 85,000 judíos en la región. Esto trae como consecuencia un despertar del nacionalismo Árabe que no ve con buenos ojos la inmigración y asentamiento de los judíos.
El asunto toma un  giro más complejo durante la Primera Guerra Mundial cuando, en 1917, los británicos ponen fin al control del imperio Otomano sobre Palestina en Diciembre de ese año, tomando el mando de la situación, y teniendo como agenda el establecimiento en Israel del Hogar Nacional de los judíos, tal como estaba contemplado en la famosa declaración Balfour fechada el 2 de Noviembre de 1917. Esta declaración señalaba “que no se hará nada que perjudique los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina”. Lo que no estaba claro era cómo habría de establecerse un hogar nacional para el pueblo de Israel, sin afectar a los palestinos que habitaban esas tierras por generaciones.
Con la llegada de Hitler al poder, en 1933, las inmigraciones legales e ilegales se multiplicaron como nunca antes, de tal manera que para 1936 la población judía era de unos 400,000 habitantes. Los conflictos entre árabes e israelíes se fueron haciendo cada vez más violentos, hasta que en 1947 los ingleses decidieron poner en mano de la recién creada ONU el problema de estas dos comunidades en continua lucha. La ONU recomienda la partición de Palestina en dos Estados independientes, uno árabe y el otro judío, dejando a Jerusalén como zona internacional. Los israelitas aceptan el plan de partición en el que a ellos se les otorga el 55% del territorio de Palestina, pero los árabes lo rechazaron rotundamente, alegando, entre otras cosas, la injusticia de que se le cediera a Israel un territorio mayor cuando apenas tenían unas décadas allí y eran casi 3 veces menos en número.
Finalmente, el 14 de mayo de 1948 David Ben Gurión proclama unilateralmente el nacimiento del Estado de Israel, lo que trae como consecuencia que al día siguiente ejércitos árabes invadieran Palestina. Al término de la guerra, en julio de 1949, Israel sale victoriosa ocupando el 77% del territorio de la Palestina histórica (ese territorio sería aún mayor después de la guerra de los 6 días, en junio de 1967, cuando Israel añadiría a su territorio unos 69 mil km2).
Como consecuencia de este conflicto un poco más de 700.000 árabes palestinos se vieron obligados a abandonar sus hogares y convertirse en refugiados en los países vecinos, quedando sólo unos 100.000 palestinos en territorio israelí. Actualmente la población Palestina asciende a 4.260.000 personas, un tercio de los cuales vive en Gaza y Cisjordania, mientras que más de un millón vive en el mismo Israel.
Esa es, básicamente, y visto de una manera muy resumida, el trasfondo de la crisis que hoy se vive en Medio Oriente, para la cual no se vislumbra una solución a corto plazo. David Ben Gurión resumió en pocas palabras la naturaleza y profundidad de esta crisis, cuando dijo en cierta ocasión: “Todo el mundo considera problemáticas las relaciones entre judíos y árabes. Pero no todos ven que esta cuestión es insoluble. Un abismo separa a las dos comunidades… Queremos que Palestina sea nuestra nación. Los árabes quieren exactamente lo mismo”.
Sin embargo, como vimos al principio, para muchas personas este conflicto está tan claro como la luz del medio día. Si el pueblo de Israel es la nación escogida por Dios, y la tierra de Palestina es suya por derecho divino, entonces lo ocurrido en 1948 no fue más que el cumplimiento del plan profético de Dios para con ese pueblo. Pero, ¿es realmente así? ¿Fue el nacimiento del Estado moderno de Israel el cumplimiento de alguna profecía bíblica? ¿Posee Israel algún derecho divino sobre la tierra de Palestina?
Eso lo veremos más adelante, si el Señor lo permite.


© Por Luis Rodríguez. Débil es la razón sino se llega a comprender que hay un Dios que la sobrepasa.  . Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia en virtud de proclamar el Señorío de Cristo nuestro Dios.


Una perspectiva bíblica del conflicto entre Israel y Palestina


Una perspectiva bíblica del conflicto entre Israel y Palestina

Jewish Man Praying in Field of Wildflowers at SunrisePara tener una perspectiva bíblica del actual conflicto entre Israel y Palestina debemos considerar tres aspectos distintos de esta cuestión, pero que están profundamente relacionados entre sí: 1) el propósito de la existencia de Israel como nación; 2) la promesa de la tierra y su significado; y 3) la identidad de los verdaderos recipientes de la promesa dada por Dios en Su pacto con Abraham.
El propósito de la existencia de Israel como nación
Podemos ubicar el origen de la nación de Israel en el llamamiento de Abraham, en Gn. 12:1-3: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”.
Dios llamó a Abraham a salir de su tierra y de su parentela, a una tierra en ese momento desconocida para él, y en ese llamamiento le promete, entre otras cosas, hacer de él una gran nación y por medio de él bendecir a todas las familias de la tierra. Así que desde el principio era obvio que la formación de Israel no era un fin en sí mismo. Esta nación habría de ser un instrumento clave en las manos de Dios para llevar a cabo Su plan de redención para todos los hombres sin distinción de raza.
En Gn. 3:15 Dios prometió enviar a un Salvador, nacido de mujer (es decir a un ser humano), que habría de redimir al hombre del pecado y que habría de revertir los efectos de la caída. Es en cumplimiento de esa promesa que el Señor escoge a Abraham y entra en pacto con él y le promete como parte de ese pacto la tierra de Canaán por heredad perpetua (comp. Gn. 15).
Ahora bien, ¿por qué Dios prometió específicamente esa tierra y no otra? Porque la tierra de Canaán ocupaba un lugar estratégico en esa región, como una especie de puente estrecho que conectaba África, Europa y Asia. En Ez. 5:5 Dios dice de Jerusalén: “La puse en medio de las naciones y de las tierras alrededor de ellas”. Esa no fue una elección antojadiza. Israel era el paso obligado entre el norte y el sur; lo que permitiría a las naciones entrar en contacto con esta nación gobernada por Dios mismo y poder conocer así al Dios de Israel (comp. Ex. 19:5-6).
Por cuanto toda la tierra es del Señor, Dios escoge a Israel, le revela Su voluntad y lo coloca en ese lugar para cumplir así Sus propósitos redentores para con toda la humanidad (comp. Deut. 4:5-8). De manera que la tierra de Israel era un lugar estratégico para el cumplimiento de los planes redentores de Dios para con todas las familias de la tierra, pero al mismo tiempo simbolizaba las bendiciones de Dios prometidas a Su pueblo en el contexto de Sus propósitos redentores.
La promesa de la tierra y su significado
En el antiguo pacto el Señor hizo uso de muchos tipos y figuras con el propósito de enseñar a Su pueblo algunas verdades espirituales. Esos tipos y figuras no eran un fin en sí mismos; es por esa razón que al hacerse realidad aquello que esas cosas prefiguraban, las figuras mismas perdieron su razón de ser.
Por ejemplo, todo el sistema de sacrificios y rituales que los judíos practicaban en el AT, no eran más que figuras de la obra de redención que el Mesías habría de llevar a cabo con el sacrificio de Sí mismo. Es por eso que todos esos rituales y sacrificios fueron descontinuados cuando Cristo muere en la cruz.
Pues de la misma manera, la tierra prometida en el antiguo pacto al pueblo de Israel prefiguraba bendiciones más amplias para el pueblo de Dios; miraba hacia una realidad más gloriosa que a una simple franja de tierra en Medio Oriente. Esa tierra simbolizaba el paraíso que perdieron nuestros padres en la caída y que Cristo vino a recobrar a través de Su obra de redención.
Noten lo que dice el autor de la carta a los Hebreos acerca de Abraham, en He. 11:8-10: “Por la fe Abraham,  siendo llamado,  obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”.
Abraham no veía la posesión de esa franja de tierra en Canaán como el objeto primario de la promesa divina, sino lo que esa tierra prefiguraba. No sabemos qué tanto pudo haber entendido Abraham con la luz que tenía, pero la promesa central del pacto que Dios hizo con él era una nueva tierra en la cual mora la justicia y de la cual la tierra de Canaán no era más que un tipo o figura (comp. Sal. 37:3, 8-9, 11, 22, 29, 34).
Cuando llegamos al NT vemos claramente las implicaciones de esta promesa de Dios. El Señor dice a Sus discípulos en las bienaventuranzas, en Mt. 5:5, que los mansos heredarán la tierra, en una clara referencia al Salmo 37. Y hablando acerca de la promesa que Dios le hizo a Abraham, Pablo dice en Rom. 4:13: “Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe”. No heredero de una franja de tierra en Medio Oriente, sino heredero DEL MUNDO. A través de la obra de Cristo, el paraíso perdido vendrá a ser el paraíso recobrado (comp. Rom. 8:19-21). Esta promesa no es para los descendientes físicos de Abraham, los judíos, sino para todos aquellos que por la fe en Cristo han venido a ser herederos de esa promesa, como veremos más ampliamente en nuestro próximo artículo.
© Por su hermano en Cristo  Luis Rodríguez.  Débil es la razón sino se llega a comprender que hay un Dios que la sobrepasa.  . Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia en virtud de proclamar el Señorío de Cristo nuestro Dios.